Érase una vez que se era, como todas las cosas que existen y existirán, un electrón, variable como su naturaleza, que quiso dejar de girar sobre sí mismo. El pobre no podía encontrar la manera de dejar de dar vueltas, y al intentar estirarse (¡ni siquiera sabía qué forma tenía!) rebotaba contra su propio campo magnético y se oía un ruidito: “spin, spin, spin”…
Tron, que así se llamaba nuestro protagonista, nunca estaba en el mismo sitio. Además de girar sobre sí mismo, orbitaba (o algo así) alrededor del núcleo de su átomo, algo que le resultaba bastante incómodo. Cerca de él (por encima, por debajo, formando una nube confusa) había otros electrones, pero éste (pobre) no podía verlos porque, al contrario que sus compañeros, se mareaba si levantaba la cabeza (lo que para los electrones es su cabeza, vamos)… un poco raro este electrón. Pero “¿acaso no puede ser un electrón diferente a los demás?”, chisporroteaba indignado.
¿Qué hace un electrón cuando quiere salir por piernas de algún sitio (claramente es una expresión ajena al electrón, que, suponemos, no tiene piernas)? Qué difícil. Además, allí abajo, en el núcleo de su átomo, estaba el protón, que siempre, siempre, siempre le llevaba la contraria. Esa era la historia de nunca acabar… ¡El día menos pensado salto y me cambio de átomo!
Tron estaba un poco alterado… pensaba que estar en la corteza y ser más pequeño le hacía más débil frente al protón (qué ingenuo). Por su parte, el neutrón nunca se decantaba (“a mí no me metáis en vuestros líos”, decía tranquilo el neutrón, y el electrón pensaba “Será cobarde, éste que no sabe vivir sin nosotros, que se asocia con el protón cuando le interesa, que se descompone todo con sólo pensar en salir ahí fuera solito… ¡ña ña ña!”). Y así pasaban el tiempo (el que fuera que viven los electrones) haciéndose todo eterno…
¡Por todos los muones y tauones! ¿Qué tenía que hacer un electrón decente para ser libre como electrón en el metal, para correr como corriente eléctrica, para desplazarse en un haz cruzando veloz el vacío? ¿Qué tenía que hacer para librarse de ese entorno asfixiante del átomo al que pertenecía? “Ya tengo edad para independizarme”, pensaba. “Me encantaría encontrar pareja… convertirnos en una Par de Cooper”, suspiraba romántico este electrón mientras no dejaba de dar vueltas (o lo que fuera) sobre sí mismo.
La atracción era algo intrínseco a su naturaleza, no podía evitarlo… pero sin biodramina se desconcentraba tanto que no podía pensar en nada que no fuera no perder el control de sus giros… Sabía que, tarde o temprano, acabarían montando una fiesta con algún otro átomo (“Oh… no. Menudo follón…”, pensaba entristecido Tron, que siempre había soñado con ser un electrón errante).
“¡Y nada de echar el currículum en un microscopio, antes me enfrento a mi positrón! Salir del átomo para estar metido en un microscopio no merece la pena. Es un trabajo muy aburrido…”.
Al menos tenía las cosas claras. Si alguno de sus colegas hubiese escuchado este pensamiento se habría echado a temblar. ¿Enfrentarse a su positrón? Eso significaba la aniquilación mutua… ni Conan el Bárbaro se habría atrevido con semejante asunto, ¡menudo valor!
Es lo que tiene ser tan pequeño, carecer de estructura interna… ¡y ser una partícula elemental! (aquí empieza a oler a queso… ¿ein? ELEMENTAL, he dicho ELEMENTAL, ¡no EMMENTAL! Estamos buenos, vaya lectores que estáis hechos…).
Íbamos por…
Vale.
Un día, de repente, nuestro amigo Tron (que en ese momento se preguntaba, una vez más, si era onda o partícula) sintió unos latigazos. ¡Por el momento dipolar eléctrico! ¿Qué cátodos es eso? Demonios. No he venido a este mundo para quedarme en pura probabilidad… (¿o tal vez sí…? Bueno, que me distraigo). ¿A qué se debe tanto escándalo?
Unos humanos andaban por allí trasteando cacharros. Tron podía oírlos mientras sentía que se mareaba más de la cuenta… “Sí, todo está listo para comenzar, 27 kilómetros de túnel… Sí, lo hemos revisado todo. La muestra está preparada. ¡Adelante!”
“Ay, mi madre -a saber si su madre fue un neutrón…- que me parece que estamos en el LEP… “Que yo he oído hablar de estos, que se dedican a acelerarnos hasta límites insospechados…” “¡Miren! –gritaba Tron- ¡Oigan!… ¡que yo no sé nada del Bosón de Higgs, así que ya nos pueden dejar en paz…!”.
Pero nada.
El resultado fue que lo aceleraron hasta rozar la velocidad de la luz…
“¡Ay! ¡Ahora soy… ¿qué?! ¡Ayyyy! ¡Que no te acerques tanto, protón!”.
Y ¡zas!
Porque érase una vez que se era, como todas las cosas que existen y existirán, un electrón, variable como su naturaleza misma, que quiso dejar de girar sobre sí mismo.
Y, claro, no pudo.
¿O tal vez sí?
Para poder dejar de girar(o lo que fuera) sobre sí mismo tuvo que superar un gap de energía. Probablemente tuvo que aceptar el reto de convertirse en algo que no conocía y cuya semilla se esconde en la esencia de cada electrón. Tal vez, incluso se diera cuenta, al final, de que protón y electrón, en el fondo eran uno…que todo lo que los separaba era un vacío cuantico, un frenético y caótico torbellino de espacio creado por ellos mismos…
Que original es tu cuento, me gusta. 😀
Gracias, E. Un placer.
Es hermoso y tiene mucho sobre ciencias naturales que lo tengo de tarea
Mis felicitaciones un buen texto. Felicidades de nuevo y saludos.
Interesante y divertido. 😉
¡Gracias! Pásate por aquí de vez en cuando, puede que te sorprenda con alguna otra historia de Tron.
N:)
Me encanto el cuento, divertido y pura ciencia. Muchas felicitaciones.
¡Gracias, Deby! 🙂