Miró el equipamiento desde la puerta.
Se acercó a una de las sillas y se sentó.
Apoyó los codos sobre la mesa y hundió la cabeza entre sus manos.
Estuvo así un rato.
Estaba amaneciendo.
Pensaba.
O al menos lo intentaba.
Ayer se había marchado el último postdoc de su grupo.
Un par de años antes eran ocho.
Ahora solo quedaban tres de plantilla para una cantidad de trabajo que no eran capaces de asumir ellos solos.
Miró por la ventana.
Una lágrima esquiva saltó literalmente a su mejilla.
Salió al pasillo, cogió la bata y entró de nuevo al laboratorio.
Respiró hondo.
Y recordó la pintada que había visto hacía poco en una biblioteca de Logroño.