¿Me concede este baile, señorita?

Los satélites TanDEM-X y TerraSAR-X durante su vuelo. Créditos: DLR.14 de octubre de 2010. Fue entonces cuando por fin empezó a acercarse a mí. Llevaba un tiempo observándolo, llena de preguntas. El vacío está helado. ¿Se imaginan estar allá arriba, sola, en silencio, sin nadie con quien hablar, sin un triste compañero con quien compartir las alegrías y las penas?

¿Se imaginan mi sorpresa, después de estar tres años sola, cuando vi que él llegaba hasta donde estaba yo y empezaba a mirarme? Al principio me asusté. Han sido cinco meses de mirarnos en la distancia. Sin más…

Así que cuando empezó a acercarse se me recalentaron todos los circuitos (es una metáfora, claro). Porque, generalmente, estamos solos. Hay muchos como nosotros. Muchas almas perdidas orbitando la Tierra que, con el tiempo, cuando ya no son útiles, van acercándose a la atmósfera y la atraviesan hasta desintegrarse o, con suerte, caer al mar. Continuar leyendo «¿Me concede este baile, señorita?»

Un extraño

La superficie árida de aquel lugar del planeta permanecía inamovible, silenciosa, casi absurda. No era normal por aquellos lares. Allí, en su pequeño círculo, debían estar en constante movimiento, simulando vida, simulando actividad. Un viento rojizo empeñado en dar sentido a las tormentas de polvo quiso restablecer la situación. Quería llevarse lo que podrían ser pensamientos, transmisiones eléctricas que flotaban en un espacio irreal y olvidado. Información.  ¿Tal vez una débil señal? Una oportunidad, quizás, de seguir comunicándose, de estar…

¿Qué son seis años en la vida de un planeta? Eso no es nada… solo un paréntesis en el conocimiento. Pero un conocimiento tan valioso… La fría batalla de Troya pudo con él. Una batalla contra la quietud y el invierno.

El viento quiso que aquel extraño volviera a recorrer su pequeño espacio, que con esa delicada lentitud se moviera haciendo lo que fuera que solía hacer. Pero quería que se moviera. Uno de sus brazos pareció reaccionar… pero nada. Sólo era el viento. Aquel suelo árido permanecía ausente, soñando. Tal vez bajo su superficie hubiese algo esperando. Tal vez fuera una simple bacteria. Tal vez nada. Pero ahora tendrían que esperar. Porque la Spirit permanecía en silencio. A su alrededor, Marte.

 

Publicado en noviembre de 2011 en el blog de CreativaCanaria.com

La burbuja

Burbujas

Érase una vez que se era, como todo aquello existe y existirá, una burbuja que inició un incierto camino. Pero, ¿cómo se genera una burbuja, ese «glóbulo de aire u otro gas que se forma en el interior de algún líquido y sale a la superficie»? ¿Y por qué hacen cosquillas? Esta burbuja no sabía si el dióxido de carbono que la componía acabaría formándose o no… En principio una diminuta legión de burbujas se sucedía desde un mismo origen y se elevaba a través del líquido rosado. Parecían hormiguitas, una detrás de otra, rítmicas, sinuosas, ordenadas. De vez en cuando alguna díscola intentaba salir de la línea, pero sólo lograba un desgarbado giro para volver luego a la formación única, la que les llevaba a una superficie a partir de la cual todo era incierto… Así era la breve e intensa vida a presión de una burbuja. Continuar leyendo «La burbuja»

La nave espacial

Érase una vez que se era, como todas las cosas que existen y existirán… No, no… Un momento. ¿Existirán? ¿Pero no dicen que el Espacio y el Tiempo son uno solo? ¿Que se crearon a la vez y son inseparables? Por tanto, si algún día dejase de existir el espacio (ese horrible espacio que nos separa y nos enfrenta), si algún día dejase de existir el espacio… el tiempo también desaparecería, ¿no?…

Es tan difícil imaginar un Universo sin tiempo…. Y aún más complicado imaginar la ausencia de espacio. Pero puesto que nos movemos en el campo misterioso y voluble de los cuentos, dejemos que sea la fantasía la que nos lleve por este inextricable camino.

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El electrón en la corteza

Imagen real de un electrón. Vídeo disponible en http://www.atto.fysik.lth.se/Érase una vez que se era, como todas las cosas que existen y existirán, un electrón, variable como su naturaleza, que quiso dejar de girar sobre sí mismo. El pobre no podía encontrar la manera de dejar de dar vueltas, y al intentar estirarse (¡ni siquiera sabía qué forma tenía!) rebotaba contra su propio campo magnético y se oía un ruidito: “spin, spin, spin”…

Tron, que así se llamaba nuestro protagonista, nunca estaba en el mismo sitio. Además de girar sobre sí mismo, orbitaba (o algo así) alrededor del núcleo de su átomo, algo que le resultaba bastante incómodo. Cerca de él (por encima, por debajo, formando una nube confusa) había otros electrones, pero éste (pobre) no podía verlos porque, al contrario que sus compañeros, se mareaba si levantaba la cabeza (lo que para los electrones es su cabeza, vamos)… un poco raro este electrón. Pero “¿acaso no puede ser un electrón diferente a los demás?”, chisporroteaba indignado. Continuar leyendo «El electrón en la corteza»