Y un día llegaron ellas, los hilos de la red.
Con un solo hilo no existe la red, la malla, semejante a las de pesca, las que recogen las hojas de la piscina, las que dejan pasar el agua, pero conservan en su regazo el temblor de la hoja antes a la deriva, herida.
La red enorme de los años me las ha traído, como esos hilos entretejidos, movidas por la marea, la tormenta, el oleaje inverosímil cuya magnitud apenas podemos imaginar de salvaje que es. La tormenta es tan implacable que, sin esa red, morimos por dentro.
Los hilos fueron llegando casi sin darnos cuenta, aposentándose en un fondo transparente, tan traslúcido que casi no se veía. Pero se sentía. Iba cogiendo cuerpo. Fuerza. Si hoy me dijeran: “Ven”, me faltaría tiempo.
Ahora lo sé: sentirse huérfana es no tener red. Y la fortaleza es ser red y ser la hoja.
Tú lo has dicho, “nunca hundidas”.