Llevo ya bastantes días aquí, extrañado.
Bueno, eso tampoco es nuevo, porque he visto cada cosa… Aquí siempre hay gente pasando. Muchos se hacen fotos conmigo y con el árbol. A veces hasta se suben para dar algún grito. Se preguntarán si no siento cierto anquilosamiento (véase el juego anquilOSAdo, jeje) en mis patas traseras. Tantísimo tiempo llevo de pie que ya no siento ni padezco. Pero oigan, es lo que tiene ser de piedra y bronce, que no pasan los años por uno.
Desde principios del siglo pasado aquí, “arriñonao” sobre el madroño este que está más soso… Porque yo soy de los que se quedan en la Puerta del Sol, sí señor. Madrid está tan viva que lo único que permanece somos nosotros… hasta ahora. Bueno, cuando las obras, me movieron a la parte que da a la calle del Carmen por un tiempo, pero luego me volvieron a traer a mi sitio. En parte ha sido lo más excitante que me ha pasado en mucho tiempo, porque cambié de perspectiva. Eso y las Nocheviejas, claro (y que conste que las uvas no son lo mío).
Continuar leyendo «Un oso indignado»
A eso, por supuesto, hay que sumar la que se ha montado aquí en las últimas semanas. Por todas las osas y madroñas, menudo espectáculo. Casetas y casetas, consignas y consignas, carteles y carteles… y porque no veo la tele, que si no me hubiese enterado de que están haciendo lo mismo en un montón de sitios más… (aunque también he oído que la tele no está muy por la labor de darle publicidad al asunto).
Yo, cuando era oso (porque yo fui oso, señores, y no digo que esté disecao, no, pero déjenle a esta escultura el gusto de soñar) corría libre y no molestaba más que a algún panal y a algún animalejo que se dejara cazar. Alguna vez di algún susto (que ser animal suave y peludo no es ser un santo, ni mucho menos), pero poco más. No fui famoso, ni cinematográfico, ni nada, pero era un señor oso.
Con el paso del tiempo, pese a no haber perdido el cargo de oso, creo que sí he perdido el de señor. No es que lo añore, no, pero a uno le daba una sensación de respeto, porque a todo el mundo se le decía por igual, “señor” o “señora”, lo que fuera… Fuera donde fuera me decía “buenos días, señor oso”. ¿Que iba al banco a hacer un ingreso? “Buenos días, señor oso”. ¿Que entraba a una tienda a comprar chacina? “Buenos días, señor oso”. El otro día me contaba mi prima –he aprendido a activar el manos libres, que antes tenía que andar sujetando el árbol con la frente- que entró a un banco y le dijeron “qué quieres”… y otro día, a su marido, le dijeron en la oficina del ayuntamiento “cómo te llamas”…
Pero bueno… es un signo inequívoco de falta de respeto a los kilos de pelo que llevamos encima. Si ya nos tutean impunemente por ser diferentes, ¿qué será lo siguiente? Yo se lo diré: lo siguiente es que nos esquilen y encima demos las gracias. Hay gente pa tó… Y ya les digo que no me importa que me tuteen, qué va. Lo que me molesta es que me traten como a un mindundi, que me ninguneen, que me manipulen, que me miren por encima del hombro (que miren que es difícil), y que me obliguen a rellenar mil papeles (porque no se crean que la ocupación de vía pública es gratuita, y más siendo especie protegida).
Total, que me parece que todas estas protestas son por algo. Yo, a mi manera, también protesto. Porque si creen ustedes que estoy abrazando el madroño para comerme sus frutos, se equivocan. Mingote tenía razón: me estoy agarrando al árbol para que no lo corten. Cada uno se indigna por lo que le toca, ¿no? No me toquen los madroños… a ver si alguien nos escucha.