“¡Nooooooooooo! ¡Otra vez noooooo!”.
Queridos lectores. Hoy hemos empezado nuestro cuento haciendo un flash back, justo en el momento en que nuestra protagonista gritaba desesperada para no volver al infierno.
Y es que érase una vez que se era, como todo lo que existe y existirá, una papa que, tras una ardua vida de papa (o de patata, dependiendo de según se venga), quería tener un fin digno. Porque todos tenemos derecho a un final digno, incluidas las papas. Continuar leyendo «La papa»
“En el principio, todo era oscuridad. Cuando tomé conciencia de mí misma estaba calentita, mullidita, rodeada de más como yo. Me sentía crecer enterradita, oía las conversaciones de todas las que nos alimentábamos de la misma madre… ¿Qué verían allá arriba? Luego, tras unas seis semanas bajo la superficie, ¡zas! La luz”.
Nuestra papa, de la variedad amarilla Monalisa, había crecido en un entorno protegido de agresiones externas, con riego por aspersión, abonos orgánicos que habían alimentado las raíces de la planta y unas manos delicadas que arrancaban las malas hierbas (era un huerto ecológico, nada de herbicidas).
“Luego, un día, nos menearon, removieron toda la tierra, nos sacaron y nos amontonaron en un cesto. Muchas emociones en muy poco tiempo, pero ya teníamos ganas de un cambio. Estábamos preparadas para lo que tuviese que ocurrir”.
Tenemos que explicar a los lectores que, para una papa aventurera, no hay nada peor que quedarse enterradas… Claro que a muchas no les importa, pero a esta la sola idea de no ser extraída de la tierra le daba pavor. Ya le había costado lo suyo aceptar que la parte exterior, las hojas y brotes, podían caer en las fauces del feroz escarabajo de la patata (también conocido como “er terró de lah papah” o Leptinotarsa decemlineata). O morir a manos de los terribles gusanos grises (agrotis sp.), que todo lo devoran. O, peor aún, sufrir el contagio de cualquier terrible virus a través de los malditos pulgones (los “áfidos”, los de humor más ácido del hampa), bichejos de todos los colores, chupópteros sin compasión… Los gusanos más silenciosos (los nemátodos) y las pulguillas completaban el horrible clan que atemorizaba a la planta de la papa en su crecimiento…
Pero eso no era todo.
“Una vez fuera de la tierra, amontonadas ya en aquel lugar fresco y seco (por recomendaciones internacionales), las papas podíamos sufrir el ataque sin piedad de más enemigos: la temida polilla de la patata (conocida en los círculos mafiosos como “la Joíapolculo que vuela” o Phtorimaea operculella) o el sigiloso gusano de alambre (Agriotes sp.)… Todo en la vida de la papa es riesgo y aventura –afirmaba cerrando sus ojillos de papa aquella papa (loca) que quería acabar sus días dignamente-“.
Desprendida de sus restos de tierra, perdidos ya los lazos familiares, esta papa emprendió su viaje iniciático de realización papal (que nada, repetimos, NADA tiene que ver con el representante de la iglesia de Roma). La realización papal se enfoca, principalmente, de dos maneras (aunque puede que haya otras que desconocemos, quién sabe): por un lado, algunas papas se destinan a la siembra de nuevas plantaciones de papas; por otro, están las papas que se destinan al consumo. Entre los consumidores, por supuesto, está el ser humano.
Y para consumir papas el ser humano, por lo general, cocina la papa de diferentes maneras. Puede hervirlas, guisarlas, arrugarlas, asarlas y… sí, queridos lectores: también puede freírlas. Como han podido intuir, la azarosa vida de nuestra papa está llena de obstáculos para llegar a su ansiada meta… porque tras un viaje de kilómetros, un nuevo almacenaje, un curioso envasado, un nuevo viaje hasta el estante de un supermercado, la adquisición por parte de un comprador ilusionado, y otro viaje más hasta el hogar donde iba a ser comida… tras todo esto la papa fue brutalmente pelada, cortada y ahogada en la freidora.
Si todo acabara aquí… ¡Ay, si todo acabara aquí!
Pero no.
Lamentablemente, nuestra papa no es de esas afortunadas que acaban en el paladar de alguien que, con su pizca de sal, se estremece con la experiencia de una superficie crujiente y un interior suave…
¡PORQUE A ESTA POBRE PAPA LA METIERON TRES Y CUATRO VECES EN LA FREIDORA HASTA ACABAR EN UN PLATO DONDE NADIE QUISO COMÉRSELA!
Triste…
Muy triste…
“¡Nooooooooooo! ¡Otra vez noooooo!”.
Gritó la papa.
Luego se desmayó.
Al despertar estaba en el contenedor de basura.
Pero esa es otra historia que os contaremos en otra ocasión.
Y es que érase una vez que se era, como todo lo que existe y existirá, una papa que, tras una ardua vida de papa (o de patata, dependiendo de según se venga), quería tener un fin digno. Porque todos tenemos derecho a un final digno, incluidas las papas.