Me presenté voluntaria para esta misión porque consideré que supondría un avance para la ciencia.
Mi vida de Bacillus Subtillis (Bacu para los amigos, aunque a todas nos llaman igual…) es bastante rutinaria.
Normalmente vivo pegado al suelo (como verán, utilizo indistintamente el sexo masculino y femenino, por eso de que no tenemos…-qué cosas-).
La verdad es que como soy tan endiabladamente resistente pensé: “¿Por qué no viajar al espacio y pasar allí una temporadita? Total, el sueldo está bien y no voy a tener gastos. ¡Vámonos pues!”.
Soy algo así como un extremófilo, entendiendo por extremófilo no aquello que se afila en un plis plas, no. Un extremófilo tampoco es un bicho extremista (es que he oído de todo en estos meses, antes de salir de misión, y me gusta dejar las cosas claras).
Un microorganismo extremófilo es un bichito microscópico que puede vivir en condiciones extremas: lo mismo enterrada en el hielo del Ártico que en un ardiente desierto, o en líquidos ácidos o zonas radiactivas en las que se supone que nada vivo puede sobrevivir (valga la redundancia, pero es que no hay otra forma de decirlo… o sí, pero no me traje el diccionario por falta de espacio… menos mal que está la wikipedia).
Parece ser que tengo una endospora bastante dura… en realidad, cuando veo que la cosa se pone fea, en unas diez horas tengo este escudo protector que me deja tranquilo. Eso no lo atraviesa casi nada. Y me quedo tan ancha. Me convierto en “SuperBacu”. No llego a ser un tardígrado, pero me defiendo bien. Por eso nos propusieron este viaje, para ver qué tal la vida aquí en el espacio para nosotras. De hecho, la nave se llama O/Oreos (Organism/Organic Exposure to Orbital Stresses), o sea, que nos van a poner nerviosas a ver qué tal reaccionamos (pero para mí que yo me voy a quedar igual…).
Y aquí estamos: no hacemos mucho, la verdad es que esto se parece bastante a la rutina de allí abajo. Bueno, la diferencia es que al no haber gravedad no hacemos más que flotar, flotar, y flotar a 640 kilómetros sobre la Tierra en lo que llaman “microgravedad” (claro, al ser pequeñitas, todo es “micro”). Y es que estamos metidas en una nave del tamaño de una barra de pan (de las buenas, no de esas minis que venden ahora, que ahí sí que habría fricciones entre nosotros). Aquí no sólo estamos las Bacu, también hay Halorubrum chaoviatoris y cuatro tipos de materia orgánica…
¡Uy! Ya empieza lo bueno. ¡Marchaaa! Están empezando a darnos caña con la radiación ultravioleta y la radiación cósmica. Ay mi madre… nos están rehidratando. Pues nada, a ver qué tal van los experimentos. Esto va a ser la fiesta del siglo, aunque como empecemos a reproducirnos lo mismo se “calienta un poco la cosa”… por algo somos los organismos más extendidos del planeta, no nos para nadie…
Por cierto, ¿no creen ustedes que para ser tan pequeños estamos viviendo una aventura impresionante? ¿Qué hace un microorganismo en una micronave espacial? Ya se lo digo yo:
¡Vivir una macroaventura!
Inspirado en la noticia del diario ABC “Una micronave de la NASA pone a prueba la vida en el espacio , por Judith de Jorge/Madrid